Ningún debate sobre la industria nacional

El reconocido periodista parlamentario Armando Vidal publica en su sitio web, (el mismo día que hace un homenaje y formula un análisis crítico de los treinta años de democracia), un texto clave de Arturo Frondizi publicado en febrero de 1957 en la mítica revista Qué, que entonces dirigía Rogelio Frigerio. Vidal titula su post así, con gran actualidad: «Ningún debate sobre industria nacional», y con la bajada también elocuente de: «Grandes deudas – Industria».


Treinta años de democracia y ningún debate acerca de las posibilidades, aún hoy, de las ideas aquí consignadas, publicadas al margen de la valoración que se haga del gobierno desarrollista derrocado por militares gorilas en 1962.

Por Arturo Frondizi

Si la Argentina ha quedado rezagada en el proceso de desarrollo económico, mundialmente acelerado desde mediados del siglo XIX, y que transformó la fisonomía de Occidente, no ha sido por carecer de recursos naturales y humanos, por cierto, sino por la actividad negativa de viejas clase dirigentes.

El extraordinadio nivel alcanzado por los Estados Unidos en la época en que la Argentina comenzaban a despertar sus fuerzas productivas, es la demostración más acabada de lo que aquí habría podido hacerse si nuestros dirigentes, orientándose en una política de sentido nacional, hubieran tendido al aprovechamiento autónomo y racional de nuestros abundantes medios rentísticos, en lugar de preferir una postura de mero complemento alimenticio respecto de los países europeos industrializados.

La referencia al caso norteamericano es imperiosa. La similitud de clima y de recursos naturales entre ambos países permitía esperar en el nuestro un desarrollo estructural simétrico, aunque proporcionado a a nuestra menor dimensión en territorio y población.

Pero la comparación del crecimiento operado, fuertemente dispar, no guarda relación alguna con aquellas bases económicas. Al cabo de casi un siglo, nuestro país sigue aún a la defensiva, sometido a criterios que plantean al porvenir nacional una falsa disyuntiva, como si nuestra opción sólo consistiera en subordinarnos a una potencia europea o a una americana.

Sin embargo, la Argentina posee todo lo necesario para ser un país grande y próspero, que asegure a su pueblo un muy alto nivel de vida. Podemos alcanzar lo que lograron Estados Unidos y Canadá con recursos naturales como los nuestros y lo que Gran Bretaña, Suiza o Japón, con menos territorio y menos recursos naturales, supieron también lograr.

Revolución Industrial

Es fundamental tener presente la realidad histórica. Esa realidad nos dice que el proceso de la transformación económica, técnica y slcial conocida bajo el nombre de «revolución industrial», no ha conccluido. Por el contrario, todo autoriza a afirmar que está comenzando a difundirse en escala mundial.

Como se sabe, ese proceso consistio en abandonar el artesanado y la explotación agrícola familiar y autosuficiente y sustituirlos por el sistema fabril, la máquinaria y la energía mecánica.

Se equivocan quienes lo conciben solamente como un episodio o tendencia que produjo grandes cambios en la Inglaterra de hace poco más de un siglo y que algo más tarde tomó fuerzas en Norteamérica, Alemania, Japón y otros países, como algo concluido y de lo cual ya no pueden esperarse más cambios.

La realidad es otra.

La revolución industrial es un hecho en marcha, que prosigue y crece con más fuerza en cada generación. Vivimos una nueva era de maquinismo, producción en masa, automatismo fabril y captación de nuevas energías, que está modificando la naturaleza de todos los problemas económicos-sociales.

Esa era, que a nosotros también nos rodea y nos empuja, apenas empieza afirmarse ahora,a a mediados del siglo XX.

Nuestra generación advierte que a todos los países del mundo situados en la periferia económica, procuran activamente su autodesarrollo económico y que los pueblos latinoamericanos y las naciones asiáticas están realizando ingentes esfuerzos para integrar sus estructuras productivas. Puede sostenerse que el gran problema de este momento histórico es, precisamente, el «desarrollo de los pueblos no desarrollados». Desarrollo que no quiere decir mero aumento de la producción primaria, sino diversificación interna de la producción total.

La Argentina no puede quedar al margen de esa tendencia universal pues ello importaría su autodestrucción, su suicidio económico. Es, pues, la propia estructura del mundo en que vivimos la que nos impone plegarnos a ese movimeinto para no quedarnos atrás.

Solamente necesitamos proponernos esa meta y poner toda nuestra capacidad, nuestra inteligencia y nuestro patiotismo a su servicio. Tenemos que ir limpiamente a los hechos y despojarnos de prejuicios, versiones interesadas y complejos de inferioridad.

Para fortalecernos en esta convicción, es suficiente un examen de nuestra realidad actual,  de las causas que han conducido a ella y de los proboemas que afectan actualmente a la industria nacional. De ese examen surgirán las sluciones que deberemos aplicar.

Nota: Un año antes de ser elegido presidente de la Nación, la  influyente revista Qué.. (cuyo director era Rogelio Frigerio), publicó un suplemento de treinta páginas, firmado por Arturo Frondizi. Su título: Industria argentina y desarrollo nacional. Con subtítulos también en portada: º Bienestar para 20 millones de argentinos y º Falso dilema: industria o campo. Con una frase como consigna de cierre de esa portada: Un elevado nivel de vida de los trabajadores significa un importante mercado de consumo. Su primera edición fue de 50 mil ejemplares y se agotó, lo cual dio lugar una segunda edición, de la cual aquí se publica la casi totalidad del primer capítulo, titulado Las dos perspectivas económicas.

Fuente: Revista Qué. Suplemento mensual Nº 1. Febrero de 1957.

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