Economía: del “vamos por todo” a “el campo”, Miami y la patafísica

Tomás Abraham reflexiona sobre las perspectivas económicas en los próximos meses a partir de los diagnósticos de dos analistas de miradas diferentes: Luis Rappoport y Arnaldo Bocco. Si para uno estamos “al borde del estallido”, para el otro se necesita una “burguesía industrial”.

Por Tomás Abraham*

Se publicaron en estos días dos notas sobre la situación económica que considero ilustrativas respecto del diagnóstico de los problemas actuales en esa materia. Una es de Luis Rappoport, el 2 de enero en el diario La Nación. La otra es una entrevista de Espacio Iniciativa.com el 5 de enero a Arnaldo Bocco.

Rappoport dice en un lenguaje algo más neutro que se viene la maroma. Sabemos que “maroma” no es un término económico, al menos no es conocido en la literatura keynesiana ni en la escuela de Chicago, y que nos retrotrae al simpático tango de  Enrique Delfino y Manuel Romero Se viene la maroma, además de bien canyengue, premonitorio de la debacle del ’29.

Su letra inicial: “cachorro de bacán, andá achicando el tren…”, era un aviso a los ricos sobre la invasión de aquel fantasma que recorría la historia, el comunismo. Hoy, de acuerdo al economista, es un preaviso para todos tardío e inútil sobre este otro tren de  nombre “populismo”.

Rappoport nos ofrece una imagen concreta e inapelable. La economía argentina está en la misma situación de quien pisa una mina antipersonal. Es una mina tramposa, no explota cuando uno camina sobre ella, sino cuando se saca el pie. Parece, vocabulario mediante, la letra de otro tango.

Desequilibrio original. El pecado original nace de acuerdo a su agenda entre 2006 y 2007, momentos en que el sistema llamado “modelo” entra en una fase de desequilibrio y en un proceso inflacionario. El aumento del gasto público, una política salarial generosa, un consumo expansivo y un estancamiento crónico en la producción de gas y petróleo, sólo podían compensarse con el aumento al infinito de los precios de las commodities, la apreciación de nuestra moneda y con la ocupación del Indec para que mienta en los números. Ante la imposiblidad del primer fenómeno quedó el armado del segundo y del tercero.

Esta es la opinión de Rappoport, la mía propone un agregado. La distorsión de la política económica fue un derivado de un plan de Néstor y Cristina Kirchner de perpetuarse en el poder. Pensaron alternarse en el gobierno nacional durante cuatro períodos, en los cuales llevarían a cabo una reforma constitucional en la que se crearía un sistema que ahí sí prolongaría su poder al infinito.

A este plan se lo llamó “vamos por más” y “vamos por todo” y necesitó de un fuerte aporte a la caja con la estatización de las AFJP, la 125 y la expropiación de Repsol.

Respecto de este proyecto, concluyo con el siguiente punto: todos los planes económicos argentinos, ya sean neoliberales, estatistas, keynesianos, corporativistas,  terminan en un desastre por la capacidad suicida de la dirigencia política inspirada en el régimen político del rey Ubú. En suma, nuestra política se fundamenta en la patafísica.

Rappoport teme que se inicie una puja distributiva salvaje ya que cualquier medida que se tome para sacar gradualmente el pie de la mina, acelera el proceso inflacionario. Eliminar subsidios, devaluar el dólar, aumentar las tasas de interés, todo remedio sube la fiebre hasta que se llega a la crisis. Nos dice que deberemos convivir con la explosión, y que nada sólido se logrará si no se elabora un plan serio que vaya más allá de la providencia, llámese Poroto Verde o Vaca Muerta. Serio quiere decir tecnología, competitividad, espíritu emprendedor, y una mejor… claro, educación.

Ya sabemos que la invocación a la educación equivale hoy en día a lo que los paulinos para concitar la atención de los aún dubitativos –los discípulos de Tomás el Apóstol Incrédulo con su dedo verificador en la llaga–, llamaban hace mucho “resurrección”, un milagro del Señor.

A falta de burguesía, más Estado. En la siguiente entrevista el ex y probable futuro funcionario kirchnerista Arnaldo Bocco se presenta como peronista progresista, o de la izquierda peronista, o un peronista keynesiano, o un estructuralista peronista, o sea, del Frepaso versión 2014. Aplaude lo hecho desde hace diez años, pero está preocupado y, a la vez, resignado. Se preocupa porque las variables están un poco locas y con alerta amarilla. Resignado porque no hay burguesía nacional, ni burguesía industrial, no sólo ahora, sino que nunca la hubo. Jamás se constituyó en nuestro país lo que sí hay en Perú, nos dice, en Brasil o hasta en el reaccionario Chile. No tenemos una burguesía comprometida con el futuro del país. ¿Por qué? Porque los dueños de la riqueza se han modelado de acuerdo a la costumbre rentística del orden conservador del siglo XIX que optó por acumular lo deparado por las rentas diferenciales en lugar de invertir en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Es la opinión de alguien que se apoda neoestructuralista de base desarrollista, lo que –para evitar malentendidos– no quiere decir frondizista, sino que no quiere decir concretamente nada.

Pobre Frondizi, endurecido en falso mármol después de lo que lo odiaron los peronistas de izquierda, además de los otros. El inventor del desarrollismo puso toda la carne en el asador de la infraestructura y produjo la última revolución productiva que se recuerde. Por eso lo echaron. No era nacional ni popular ni combatía al capital.

El kirchnerismo es por definición el antifrondizismo. Deja que se deteriore la infraestructura, la destruye, y monta piezas de autos que don Arturo fabricaba, seca los pozos que el radical intransigente llenaba y apaga la luz que el doctor prendía.

En términos de la política educativa que acompaña a los supuestos desarrollismos de hoy y de siempre, no hay que echar leña al fuego y comparar a Risieri Frondizi con el señor Sileoni. No hace falta humillar, la única verdad es la realidad, como dijo el obispo Berkeley.

Es raro que un peronista que denuncia la ausencia de burguesía industrial crea que quienes llenaron las calles en octubre del ’45 y se refrescaron en las fuentes fueran expelidos por una ballena. Para otros salían de fábricas y se llamaban obreros. Por lo que alguna chimenea levantada por la burguesía debía existir. Pero no hay que desmerecer su opinión si sugiere que no hubo una política coherente a favor de la industria, sino todo lo contrario. Tasas de interés negativas para que nunca hubiera ahorro, una inflación depredadora que anula cualquier proyecto de inversión, un Estado coimeado y coimero, una estructura gremial con todas las características de una patronal fundada desde el poder, un billete que ni sirve para armar cigarrillos, deben haber contribuido para que esa burguesía buscara rentas diferenciales.

Pero Bocco anuncia que no ceja en su defensa del movimiento popular, otra entelequia del espiritualismo populista, aunque reconoce que este gobierno tampoco hizo lo necesario para promover ese fantasma llamado burguesía industrial. No queda satisfecho con su reemplazo por un engendro social que denomina protoburguesía nacional. No sabemos lo que es, pero intuimos quiénes son: los amigos de don Néstor y doña Cristina.

Agrega en su confesión de partes que la patria financiera nunca la pasó tan bien como ahora, o al menos, la sigue pasando de primera gracias a la política de este gobierno. No hay crédito para pymes y pequeño comercio, por lo que la mayoría se autofinancia y para eso lo que cuenta es lo que Bocco llama “la avivada”.

Dice que el remedio es crear bancos regionales con los depósitos de magoya. Porque es difícil que un avivado deje de serlo sin caer por eso muerto cuando deposite a plazo fijo un dinero cuyo interés es la mitad de la inflación. Cuando la inflación es dos y el interés es uno, se pierde uno, pero cuando son quince y treinta, mejor quemar la plata, o comprar dólares como debe hacerlo Bocco cada vez que viaja para dar sus exitosas conferencias y traerle un presente a sus allegados.

Bocco se enoja con nuestras costumbres y sostiene que sólo una burguesía estúpida como la nuestra aún sueña con el dólar cuando todo el mundo sabe que es una moneda que se deprecia. Mejor invertir en patacones. No parece tomar en cuenta que debe haber algún estúpido más en el mundo que corre detrás de la compra de los bonos del Tesoro norteamericano a tasa cero a treinta años que llenan las reservas de decenas de países.

Por otra parte, se deprime ante la cultura del mismo pueblo que dice representar, ya que los mismos que reciben las AUH y los beneficios del Pro-Crear votaron en cantidades insólitas a Massa y a Macri en la Ciudad, no se dieron cuenta de quién les regala la plata. Bueno, Bocco se cuida con las palabras y dice que no han tenido conciencia de que era un fruto de la política de Estado gracias a este gobierno. Una gracia y no un derecho.

Por si esto no fuera suficiente para deprimirlo, observa que los que están mejor en términos de inclusión social  apenas cobran un sueldo en blanco que les permite pagarse un lujito, sueñan con Miami y no con solares alejados del consumo alienante como Lobos o Río Gallegos, en carpa o media pensión.

En fin, para terminar con el peronismo de izquierda, Bocco no le ve salida al asunto hasta que vivamos bajo el “imaginario” de la clase alta. Hermosa palabra “imaginario”, tan linda como “educación”.

Conclusión. La economía no es una ciencia a pesar de que su práctica deba tomar en cuenta factores determinados por reglas causales. Está sujeta a intereses. Por eso la economía es economía política. Puede fijar prioridades de un modo diferenciado de acuerdo a una visión que privilegie el equilibrio al que llegan los actores en el mercado, o por una intervención planificada del Estado.

Pero cada vez que la economía o los economistas se someten al yugo de un relato, o se declaran economistas militantes, segregan su propias bacterias y contraen una enfermedad ideológica crónica. Se atan las manos y la función ideológica del relato se hace cada vez más evidente: pasa de ser la integración de una práctica social en una determinada interpretación de la historia y de la existencia humana, a un placebo.

Las nuevas fuerzas políticas que han aparecido últimamente con perspectivas de triunfo en 2015 buscan un relato que pueda compensar el peso de la cultura política kirchnerista. Al discurso bolivariano de la patria grande, al de la juventud maravillosa del 70, al de la inclusión social, tanto el massismo, el macrismo y el sciolismo están a la pesca de un leitmotiv que despeje la acusación que los tilda de neoliberales.

Se escucha la palabra “modernidad” como nueva consigna estimulante, fantasma cultural que nunca deja de aparecer cuando hay vacío de ideas. Pertenece a la dupla que hace con “atraso” y contrarresta desde hace añares a “liberación”, que se acompaña de su negativo “dependencia”. A modernidad le sigue “tolerancia”, y así, por otra de las vueltas de la historia, de la mano de Modernidad y Tolerancia volvemos al discurso de Parque Norte de hace casi treinta años. Pero don Raúl, como don Arturo, tampoco está.

Cuando un economista como Bocco vuelve sobre el tema Miami y sobre su idea de que aún persiste en la Argentina la ideología del campo del siglo XIX, no entiende el uso de los placeres de la gente normal en todo el mundo hasta que pastores religiosos o laicos les recuerden la vida simple y el pecado carnal, ni tampoco lo que hasta en la secundaria llaman agronegocios y que tiene que ver más con la informática y las finanzas que con la estancia de los oligarcas.

Lamentablemente, el recurso a la modernidad y su seriedad en la gestión, su invocación a la sociedad de conocimiento y la integración al mundo, el hecho lingüístico de dejar de emplear el anacronismo “burguesía” y sustituirlo por el afectado neologismo  “emprendedor”, no son más que otra petulancia tercermundista.

*Filósofo.http://www.tomasabraham.com.ar

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