Frondizi, adelantado a su época

* Por Agustín De Beitia.

Un libro de Albino Gómez aborda la vigencia del proyecto desarrollista. El escritor y diplomático, que fue asesor del presidente radical, llevó un diario personal que aporta reflexiones y diálogos inéditos, así como detalles de la visita del Che. Los apuntes arrojan nueva luz al complejo proceso de esos años.

La investigación histórica se ha nutrido siempre de los diarios personales de dirigentes y funcionarios públicos. En el mundo anglosajón, estas piezas son habituales, parte de una tradición. En nuestro país no son frecuentes. Albino Gómez es una de las excepciones. Diplomático de larga trayectoria, además de periodista y escritor, fue un cercano asesor de Arturo Frondizi y los registros que llevó entonces arrojan una nueva luz al complejo proceso que se vivió en esos años (1958-1962).

A partir de esos apuntes y de sus recuerdos, Gómez dio cuerpo a Arturo Frondizi. El último estadista de la Argentina, 1958-1962 (Turmalina, 336 páginas), un libro donde revisa la gestión del presidente radical y el espinoso avance de su proyecto de desarrollo, que a su juicio sigue teniendo plena vigencia, hasta el punto de que ahora «todos quieren ser desarrollistas». Una reivindicación popular tardía para un dirigente derrocado en soledad, y que hoy suele verse como un adelantado.

En el repaso que propone, los primeros meses de ese gobierno, que son los de «las medidas más audaces», permiten ver la ambición de ese proyecto que buscaba cambiar la estructura económica del país: con el impulso a las industrias pesadas, la reubicación de los valores productivos en diferentes regiones, la creación de nuevas rutas, la reducción del Estado y su modernización.

Son los meses iniciales de «la batalla del petróleo», del debate por la mejor forma de representar al nacionalismo. Años en que el gobierno podía abrir nuevos frentes en medio de la tormenta, como sucedió con el proyecto de libertad de enseñanza (el famoso «laica o libre»), que lo encontró codo a codo con exponentes de la Iglesia.

Gómez refleja bien cómo ese impulso se va perdiendo rápidamente por el escaso margen de maniobra de un gobierno que había asumido con los votos prestados del peronismo y bajo un celoso escrutinio castrense.

Su mirada expone el largo pulso que le presentaron a Frondizi los militares, con su treintena de planteos y su intervención en aumento, sobre un fondo de agitación social y de sabotajes organizados por el peronismo, lanzado a su «segunda resistencia».

En medio de estas presiones cruzadas emerge aquí la imagen de un presidente acosado por fantasmas ideológicos de la oposición. Una oposición que reparaba más en la formación marxista de los integrantes del gobierno y en la orientación de su política exterior -con prioridad por los países de la región, no injerencia con Cuba y apertura de mercados con el bloque soviético-, que en el criterio comercial de esas medidas.

El autor habla de incomprensión. Considera hasta grotesco que se acusara a Frondizi de comunista, algo que podía ser cierto sobre el pasado de Rogelio Frigerio. Y, en medio de los sospechas generalizadas, menciona incluso la de aquellos que creían ver a la masonería enquistada en el equipo gobernante.

Los recuerdos de Gómez traen un sabroso anecdotario donde hay espacio incluso para contar sus propias tardes de té con Victoria Ocampo, el momento en que presentó a Piazzolla y a Stravinsky, y detalles de la visita de Fidel Castro en mayo de 1959, a quien debió acompañar.

En cambio, dos años más tarde, para la reunión secreta entre Frondizi y el Che Guevara, que levantó ampollas entre los militares, ya puede extraer de su diario entretelones contados por el propio presidente.
Para entonces, Gómez trabajaba en forma más estrecha con Frondizi desde la Secretaría General de la Presidencia, e incluso le escribía los discursos. Iba a Olivos por la mañana y a Casa de Gobierno por la tarde. Es a partir de allí, cuando el libro gana en vivacidad. Un rasgo al que ayuda el estilo ameno, propio de estos diarios.

Las notas traen reflexiones de Frondizi y diálogos que no se conocían. Registran lo que el presidente leía en ese momento, lo muestran bromeando. Y, sobre todo, permiten echar una mirada al interior de ese gobierno que funcionaba en condiciones anormales, con asesores clandestinos, vigilados por un servicio de inteligencia que no controlaba. Por momentos, las maniobras para evadir esa vigilancia parecen surgidas de una novela de espías, mientras la tensión aumenta y se percibe el final.

Gómez está convencido de que aquella fue una oportunidad perdida para desarrollar el país. Frondizi lo intuía y en esos días postreros denunció la existencia de actitudes políticas que buscaban trabar, retardar, frustrar ese objetivo. En un discurso que aquí se transcribe, el presidente habla incluso de «un plan» para paralizar el país y mantenerlo dividido. Considerando los más de cincuenta años transcurridos desde entonces, muchos compartirán que esa reflexión mantiene su triste actualidad y proyecta su sombra hacia el futuro.

Fuente: La Prensa.

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