El pensamiento esencial de Frondizi

Por José A. Giménez Rebora.

He dicho –y he escrito alguna vez- que los cuatro puntos del radicalismo de 1892
eran imprescindibles para definir a un gobernante demócrata, republicano y de orientación
nacional y popular (porque ésta no es, como veremos, la única orientación posible; se puede
abominar al pueblo, sostener que lo racional es exclusivo del pensar económico y de la
globalización, etc.) pero que este capital moral por sí solo no era un programa de gobierno;
que para gobernar se necesita algo más.
Cuando con esa orientación Alem diferenció el ala radical de la Unión Cívica en
agosto de 1892 sostuvo, como Yrigoyen, que las cuatro ideas primordiales del radicalismo,
tres de las cuales eran típicas virtudes, consistían en:

1. el respeto por la libertad política,
2. la honradez administrativa,
3. el sentimiento nacional y
4. la impersonalidad de la coalición de entonces
Esta enunciación referida a algo preexistente como totalidad indivisible, nos
ayudará a comprender cuál fue el pensamiento esencial de Frondizi, quien asumió el
radicalismo en 1928 y llegó a presidirlo.
A los fines de esta exposición no interesan aquí las que él mismo calificó como
rigideces ideológicas, ni las luchas internas; importa esta opción porque excluyó

claramente otras alternativas partidarias clasistas, internacionalistas, no democráticas, etc.
actuantes por entonces.
1. Libertad política significaba respeto por la libertad política de todos; no
solo de quienes pensaran lo mismo que uno1
A fines de 1933, o principios de 1934, con apenas 25 años de edad, Frondizi aceptó
la defensa de 196 detenidos políticos que una vez terminado el proceso costearon la
publicación de sus escritos fundamentales donde leemos:
“Cabe al doctor Frondizi el insigne y merecido honor de ser el primer
abogado en nuestro país, que asume la defensa de tantos
procesados a la vez, acusados de un mismo delito y la justa
satisfacción de haber coronado su noble y absolutamente
desinteresado esfuerzo, con el más rotundo éxito.” (subrayado en el
original)
agregando que
“Se han vulnerado los sagrados principios de garantía individual… en
las cárceles y sitios de confinamiento, se hacinan cada año millares
de ciudadanos que son dignos exponentes del arte, de las ciencias

,
de la industria y la cultura de nuestro pueblo.”
Para Frondizi “libertad política” y “sagrados principios de garantía individual”
siempre equivalieron a libertad y legalidad para todos.
Frondizi, entre otras cosas presidió la Asociación de Abogados de Buenos Aires,
integró el Colegio Libre de Estudios Superiores, fue orador del Instituto Popular de
Conferencias y legislador nacional y continuó con esas defensas de radicales y no radicales
que concluyeron con sus 10 brillantes capítulos de impugnación al desconocimiento de los

fueros de Ricardo Balbín, en 1950 y como co-defensor con Amílcar Mercader en sus
antecedentes 14 procesos por desacato.
2. La segunda cuestión es la de la honradez administrativa.
Frondizi inició su gobierno criticando al cesarismo burocrático y lo cerró
señalando sus vicios. No dejó pasar ninguna objeción fundada en corrupción y calificó
como
“síntoma de vitalidad democrática… (la) preocupación del pueblo por
la cosa pública” (discurso 22.2.62)
¡Cómo olvidar aquella leyenda “uso oficial exclusivo” que ordenó pintar en las
puertas de todos los automotores públicos y que tantas resistencias originó o las medidas
para terminar con la corruptela del doble lugar de trabajo y del doble sueldo!
“El pericón criollo”, excepcional cuadro del uruguayo Figari, que le obsequió el
gobierno de ese país, de evidente enorme valor cultural, político y económico, fue donado
de inmediato al Museo Nacional de Bellas Artes.
Para él, en un discurso sobre el que volveré, el ejercicio por el Poder Ejecutivo
de
“sus prerrogativas de control de la conducta de los funcionarios

El control y la responsabilidad eran para él fundamentales.
3. Luego estaba “el sentimiento nacional”
Tal sentimiento se contraponía al de partido o de clase -esto es clave- porque
concebía a la Argentina como unidad histórica y de destino; como conjunto de plurales
diversidades y tradiciones culturales, geográficas, sociales, religiosas, cívicas e
institucionales que, aunque opuestas entre sí, era posible integrarlas por lo común que
tenían y desarrollarlas.
Frondizi, sin negar la obvia importancia del factor económico en la historia ni la
existencia de las clases sociales y sus oposiciones recíprocas, ni que como opositor hubiera
obrado “demasiado como ideólogo, es decir, dentro de rígidos esquemas
intelectuales”, entendía que ellas eran comunidades y objetaba el postulado político y
metodológico de la lucha de clases como motor de la historia

Pero, más allá de las rigideces intelectuales, él tenía claro el problema de los fines y
de los medios.
Al respecto señaló expresamente ambos –fines y medios- debían tener
“un sentido ético, porque de otro modo los medios condicionan y
hasta corrompen los fines”
2
Igualmente tenía claro el problema de las prioridades y consideraba que la Nación
era “una comunidad de destino” que prevalecería sobre la lucha de clases a escala
internacional, en coincidencia con algunos pensadores como Maritain que lo había
expresado en una conferencia en 1949 incorporada a “El Hombre y el Estado”
3
y con otros
que partiendo de premisas diferentes llegaban a la misma conclusión y pensaban también
que el Estado, al decir de Harold Laski, cuya influencia intelectual sobre la intransigencia
radical señaló el propio Frondizi4
, es una parte que se especializa en los intereses del todo.
En esta línea, de su puño y letra, marcó en un texto el siguiente párrafo de Jefferson
que reproduzco:
“Todos somos republicanos; todos somos federalistas. Si hay entre
nosotros alguien que desee deshacer la Unión o cambiar su forma
republicana, que no se moleste; dejadlo estar como un monumento a

la seguridad con que podemos tolerar el error de opinión en un país
en que la razón permanece libre para combatirlo”
5
Frondizi, que se oponía al despotismo ilustrado (“todo para el pueblo nada por
medio del pueblo”), repetía y le daba sentido actual a lo de Yrigoyen: “la causa de la
Nación es la Nación misma” negando que la causa nacional fuera la de algún interés o
alguna ideología particulares.
Era el caso del acuerdo de San Nicolás de 1852, que era nacional porque no había
reflejado la pura ideología de Urquiza, Alberdi o Gutiérrez o el interés puro del puerto, del
litoral o del interior, sino que versaba sobre verdades prácticas admitidas, tras largas luchas,
por todos los firmantes que ideológica y partidariamente se contraponían porque reflejaba

lo común a todos ellos, que eran lo diverso por entonces y además expresaban la real
relación de fuerzas operantes en ese momento.
Consecuentemente, bajo tales circunstancias ese Acuerdo de 1852 fue posible y
nacional y, a pesar del torbellino de críticas que suscitó, con los resultados a la vista, nos
dio el Congreso de Santa Fe y la Constitución de 1853.
Aquel acuerdo de 1852 no significó, pues –como dijeron algunos equivocadamenterevivir
la ideología de los derrotados rosistas como, mutatis mutandis, la política de unidad
nacional de 1958 no generaba la existencia de la clase obrera ni revivía al peronismo, que
habían sido originados por otros factores y no por una política de justicia social y unidad
nacional.
Este modo de entender lo nacional explica que Frondizi pudiera haber sido un
declarado sostenedor de la causa aliada durante la segunda guerra y, simultáneamente,
defensor de la neutralidad argentina o que Yrigoyen, radical, se hubiera entrevistado en
1907 y 1908 con Figueroa Alcorta, que no lo era, y convivido con él como presidente de la
Corte Suprema años después.
Repito, más allá de rigideces ideológicas presentes en las luchas internas del 45 al
50, son ciertas las observaciones de Félix Luna y de Arturo Jauretche.
Luna más de una vez llamó la atención sobre la aptitud de Frond

Luna más de una vez llamó la atención sobre la aptitud de Frondizi de poder
sostener una conversación sobre la cuestión más complicada y al mismo tiempo poder
mantener el diálogo con un sencillo dirigente de un recóndito pueblito del interior.
A su vez, Jauretche lo definió en 1957 como un político con los pies en la tierra y la
cabeza en una biblioteca.
¿Duplicidad en Urquiza, Alberdi, Gutiérrez, Yrigoyen o Frondizi? Hay quienes lo
pensaron así y otros que aún siguen sosteniéndolo. Nosotros no participamos de tal idea,
porque juzgamos clave la incorporación de Frondizi al radicalismo, excluyente de otras
alternativas partidarias, circunstancia más importante, a mi entender, que cualquier rigidez
ideológica que pudiera haber caracterizado su acción dentro del radicalismo antes de 1957.
Desde luego, no ignoramos que la actitud de Frondizi de no agraviar, ni contestar
agravios, ni imposibilitar el acuerdo sobre lo fundamental por ganar una discusión sobre lo
secundario, pudieron haber dejado en muchos de sus interlocutores una idea errónea acerca
de su personalidad o de sus ideas y que algunos le atribuyeran a él duplicidad.

Nosotros, en cambio, vemos en los sostenedores de los acuerdos sobre verdades
prácticas tanta claridad como la que había en la directiva de Yrigoyen: “no confundir la
bandera del regimiento con el gallardete de la cantina”
Sirve como ejemplo la designación como canciller en 1961 del Dr. Miguel Ángel
Cárcano quien, obviamente, era un destacadísimo conservador.
A éste se le ofrecía la cancillería, no el trazado de la política económica y social,
porque la verdad práctica recaía sobre la fidelidad al principio rector de la política exterior
argentina que era la no intervención.
Cárcano, conforme a su trayectoria personal, sería en la defensa de ese principio,
como lo fue, “una garantía de fidelidad a la línea nacional”.
Otro ejemplo también sirve.
Frondizi también me narró que le había objetado a su amigo, el Ing. Gabriel del
Mazo, colega suyo en el boque de los 44, corredactor de la Profesión de Fe Doctrinaria de
la UCR en 1947 y luego ministro de Defensa Nacional en 1958, que en sus libros
identificara a la Unión Cívica Radical con la Nación porque, aunque esa fuerza política
hubiera sido nacionalista, esa identificación del radicalismo con la Nación dejaba fuera de

ella a todo lo no radical, entre otras figuras a Pellegrini, Roca o a Roque Sáenz Peña que
habían aportado lo suyo a la construcción del país, o a una clase social, como la obrera, que
había seguido una orientación política no radical.
Como dijo Schumpeter en 1949
“Se necesitan muchos tipos de mente para construir la estructura del
conocimiento humano, tipos que nunca se entienden mucho entre
sí”
6
;
lo mismo ocurre cuando se trata de construir una nación o de hablar de una personalidad
como la de Frondizi.
Por esto él afirmó y confirmó en los hechos que aunque los gobiernos cambien
la Nación es una y que la continuidad era una obligación moral y jurídica7

De estos postulados también era necesario deducir un esquema institucional que
hiciera posible la coexistencia de lo social, regional e intelectualmente diverso y
contrapuesto dentro de la Nación, para facilitar su construcción y superar las dificultades.
Tal esquema institucional, ya había concebido la cultura occidental (de procedencia
hispánica, Suárez o de Vitoria; o francesa o inglesa, Montesquieu o Locke) y había sido
asumido expresamente por la intransigencia radical.
Este esquema se basaba, como lo expresó Frondizi, en el respeto de la soberanía
del pueblo y en la forma republicana de gobierno8 que contenía la idea de la
“separación de poderes como condición indispensable del estado de derecho”
9
y la
de la “independencia del Poder Judicial”
10
Más precisamente en su discurso “La ley sobre la fuerza” de 1961 expresó:
“En la vigencia de la ley y en el imperio del derecho y en la más
absoluta independencia del Poder Judicial de los poderes políticos el
gobierno que tengo el honor de presidir ha colocado uno de los
objetivos permanentes de su acción y uno de los valores que se ha
empeñado en consolidar con mayor tesón.”
“En la sociedad democrática el respeto de la ley vigente es l

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